
No sé exactamente qué es lo que he hecho, pero ha tenido que ser algo muy malo para que acabes tratándome como me tratas. No sé cuál ha sido mi pecado, pero te has pasado tres pueblos poniéndome la penitencia, porque sinceramente creo que no me la merezco.
Me has vendido con un beso por unas pocas monedas. Me has llevado arrastrando mi propia cruz y me has clavado en ella (sin el menor síntoma de compasión)… Espero que sepas que no te guardo rencor, al menos de momento, pero si algún día “resucito” y tengo la oportunidad de vengarme, no creas que te voy a poner la otra mejilla, porque me has dado hasta en la mejilla de repuesto y todo tiene un límite.
Te dí mis alas, te cogí de la mano y te enseñé a volar y ahora me dejas aquí tirado, en medio de un desierto, sin agua, sin fuerzas, sin alas, sin ti… no me parece justo, pero claro… ¿quién dijo que en el amor hubiera justicia?
Para ti solo he sido un juego más, un trozo de plastilina que tú podías modelar a tu antojo, me has roto y me has creado de nuevo, siempre igual y siempre diferente, intentando crear un tío perfecto, tu tío perfecto, sin darte cuenta de que yo no soy perfecto, de que por mucho que me aplastes, me amases y me vuelvas a crear, nunca llegaré a la perfección, porque soy humano y como tal, siempre tendré mis defectos.
Mírame a los ojos y dime que no me quieres. Necesito escucharlo sin rodeos, sin más vueltas… carga, apunta y dispara. No tengas miedo, ahora creo que estoy preparado para recibir tu balazo. Ni siquiera tendrás que perder el tiempo limpiando mi sangre después, porque la poca que me queda (la poca que me has dejado) se ha secado dentro de mis venas de tanto esperar.
Lo he dado todo sin pedirte nada a cambio y tu respuesta ha sido mostrarte indiferente, jugar conmigo, aprovecharte de mis ganas de quererte… y eso me ha hecho convertirme en lo que soy, eso me ha llevado a no quererme porque no soy lo que tú querías que fuera. Y ya no doy para más. Me rindo. Tú ganas (como siempre).